Capítulo 1. Cuatro años de ti.

24 de noviembre de 2025

Capítulo 1. Cuatro años de ti.

Hay capítulos y emociones de las que no se puede escribir antes, ni tampoco después. Tiene que ser riguroso directo. Como una dedicatoria de aniversario o una felicitación de cumpleaños. Porque no hay nada más verdad que lo que sientes justo en ese momento. Lo mismo pienso sobre las lecturas de boda. Cuando he escrito alguna he sufrido mucho tiempo hasta dar con las palabras adecuadas, porque necesitaba imaginar y jugar a sentir. Provocaba ratitos de escritura sin éxito. Y de repente, en lugares insospechados aparecía lo que tanto tiempo llevaba necesitando redactar.

Cuatro años. Cuatro 24 de noviembre siendo madre. Con un nudo en la garganta. Con recuerdos que aún me desbordan…

Dicen que cuando nace tu primer hijo o hija tienes un nuevo día favorito. Y la verdad es que el veinticuatro de noviembre me hace inmensamente feliz. Por los recuerdos. Por aquella primera vez que la vi. Por aquella burbuja de ensueño en aquella habitación del Hospital Materno. Por nosotros siendo tres. Por su olor, que aún retengo. Sin embargo, también regreso a mi miedo. A aquella habitación llena de médicos. A sus ojos preocupados. A las mascarillas opacas que traspasaban la angustia. A nosotros dos solos en aquella noche. Vuelvo a mí. A mi miedo. A la cesárea imprevista. A aquella sala de reanimación donde lloraba desconsoladamente. A la ventanita donde vi a mi madre. Desde donde escuchaba que me querían con tantísima verdad. Recuerdo a Eu sin parar de llorar. Y recuerdo el llanto incansable de María. Esa bebé que de pronto hoy cumple cuatro años.

El veinticuatro de noviembre nos lo dedico. Viajo al pasado y me traigo todo lo que nos hace falta. Esa ilusión desmedida. Recupero la primera vez que me vi la cicatriz. El momento en el que salimos del hospital y todos aquellos días cuando las personas que más queremos la conocían.  Cuando me aferro en exceso a mis recuerdos, me detengo aquí, en estas líneas de Marc Levy, en este libro que, más de una década después ha conseguido presenciarse de una manera increíblemente memorable: “No te equivoques, hija, la vida no se vive en recuerdos que se confunden con anhelos. La felicidad necesita algunas certezas, por pequeñas que sean. Ahora te corresponde a ti, y sólo a ti, elegir. Yo ya no estaré aquí para decidir por ti, y de hecho hace ya mucho tiempo que no lo hago. Pero cuidado con la soledad, es una compañía peligrosa.” El vértigo de sentirme inmensamente responsable. De mi vida, de las suyas. En ese vértice del tiempo en el que comienzas a ser tan mayor que ya eres la responsable real y justa de tu propia vida. […] ¿A qué edad ocurre todo esto?

 

Ahora soy madre, y eso me posiciona en un rol mucho más complicado que el de hija. Ahora soy yo viéndola vivir a ella. María está llena de vida. Tiene cuatro años y tiene salud. Tiene unos ojos que brillan. Y una manera increíble de escuchar los cuentos y de creer todo lo que le decimos. Una ilusión gigante por escucharme siempre. Mis historias. De ver las fotos y los videos cuando vivimos algo sin ella. Es astuta. Es cariñosa. Y es hermana mayor por partida doble. Y yo no dejo de pensar que se lo hemos puesto demasiado difícil en muy poquito tiempo. Y a la vez pienso que le hemos hecho dos regalos maravillosos. Pero así somos las madres. Podemos pensar algo con muchísima claridad y seguridad, y al instante dejar que otro pensamiento opuesto nos atraviese el alma. De la felicidad a la culpa. Y viceversa. María cree en la magia sin darse cuenta de que la verdadera magia es ella. Ella trajo luz, honestidad y valor a nuestra familia. Es mágica. Es luz. Como dice Manuel Carrasco en esa canción que todos conocemos, “tiene un cañón de alegría disparando en los ojos”.

Ser padres ha sido el mayor reto que hemos emprendido juntos. Y María dio el pistoletazo de salida a un viaje lleno de turbulencias, satisfacciones. Con vistas de ensueño y con noches largas. 

María es pequeña, aunque ella se cree muy mayor. María es Elsa, pero también cree en los unicornios. Y María a veces es muy madre de sus hermanos y otras tantas prefiere estar a solas. Y lo que más le gusta es tener un ratito de exclusividad. Ella, sola con nosotros dos. Los tres.

Ser padres ha cambiado nuestro rumbo, ha fijado unas metas y nos ha trasformado nuestros valores. Aunque algunos los ha afianzado aún más. Ser padres nos ha traído discusiones intensas, puestas en escena nunca antes imaginadas y nos ha regalado una complicidad única.

No encuentro aún palabras a medida para el sentimiento de ser mamá. Siempre digo que no sé cómo quiere un padre, pero sí sé cómo quiere una madre. Cómo duele cada despedida, cada crecimiento y cada herida.

Sus miradas tristes en la puerta del colegio o su sonrisa alegre. Sus buenas noches. Su forma única de encontrar el sitio perfecto en la cama grande. Su imaginación ilimitada. Sus ganas locas de ver “Frozen” un viernes más. Y sus canciones favoritas, que escuchamos en bucle todos, por obligación y por convicción. 

Felicidades a María, por sus cuatro vueltas al sol. Y felicidades a nosotros por haberlo hecho posible. Por haber querido hacerlo más fácil de lo que a veces estaba siendo.

Felicidades a todas las que hemos experimentado una cesárea cuando no nos lo esperábamos. A las que hemos sentido un duelo por no haber tenido el parto que soñábamos. A las que nos hemos sentido tristes y vulnerables. A las que nos hemos perdonado. Encontré cura en las palabras de Joseph Campbell “We must be willing to let go of the life we planned so as to have the life that is waiting for us.” (Debemos estar dispuestos a renunciar a la vida que hemos planeado para poder disfrutar de la vida que está esperándonos).

[…] Con orgullo preparas un nuevo cumpleaños. Con nervios preparas su primera fiesta con sus compañeros del colegio. Y con sentimientos encontrados vives ese ratito donde solo puedes mirarla a ella. A ella siendo compañera. A ella viviendo un día que esperaba con demasiada impaciencia. Y de repente te ves ahí. En esa fiesta pequeña que preparas con tantísima ilusión y de repente ese bebé del hospital tiene personalidad, habla con desparpajo, reparte dulces a sus amigos y pone collares de unicornio. Y se pasea con su propio brillo por ese pequeño rincón ambientado en una temática que ha pedido una y otra vez durante meses.

En casa decidimos celebrar los cumples en familia en el desayuno. Así, podríamos siempre tener la excusa de vivirlos independientemente de todo lo que ocupara nuestra agenda. Empezábamos el día juntos, con fuerza y energía y nos íbamos todos a nuestros puestos ya “celebrados”. 

A finales de mayo, nuestro leoncito, Gonzalo soplaba al tiempo en su segunda vela de cumpleaños. Recuerdo que semanas después me llamó la atención que, cada mañana, María iba siempre al salón antes de venir a nuestra cama. No sé cómo, lo supe. Y entonces una mañana al escuchar sus pasos salí a su encuentro. No hizo falta, ella misma me lo confió. “Mamá es que se está haciendo muy largo mi cumpleaños”. Ella no entiende de tiempos, no sabe de esperas y no conoce el calendario. A ella simplemente le impacientaba ver que salía el sol y que no había unicornios en el salón. Ella se despertaba e iba buscando una confirmación. Una certeza. Ella necesitaba ver si ya era su cumpleaños. Comprobar si había decoración. Ella conoce la preparación. Y así muchos, muchos, días. Descubrirla así. Recién despierta. Descubrir su ilusión porque fuera veinticuatro de noviembre me recordó a mí. A mi ilusión desmedida por mi once de diciembre. Por mi tristeza cuando pasaba el día. No recuerdo que nada me hiciera más ilusión que mi cumpleaños. Y es que tengo conmigo sensaciones de mis fiestas de cumpleaños. Tengo la memoria de la ropa que llevaba, de mis abuelos. De algunos de los regalos. Sé cómo durante días los conservaba en sus cajas, y los iba trasportando por la casa. Recuerdo las invitaciones. Los sándwiches de nocilla. También, tengo memorizado el cambio. Como pasamos de celebrarlo de forma infantil a la preadolescencia. Las fiestas sorpresa que continuaron. Los once de diciembre más tristes. Y Los once de diciembre más sorprendentes. Y así, uno a uno desde que era bastante pequeña. 

Y no sé qué va a recordar María de su veinticuatro. No lo sé. Cuando empecé a pensar en este escrito, pensé mucho en ese libro de Marc Levy, “Las cosas que no nos dijimos”. Una ficción que leí hace más de quince años, de hecho aún estaba en bachillerato. Por ello me sorprende más que hayan vuelto a mí con tanta claridad algunos fragmentos que hoy hago vuestros. Comparto una de mis frases favoritas de ahí: “La memoria es una artista extraña, redibuja los colores de la vida, borra lo mediocre y sólo conserva los trazos más hermosos, las curvas más conmovedoras.” Desde que recuerdo, conservo en una carpeta trozos de revistas de entrevistas que me han gustado, hojas de libreta con frases de libros que me llegaban. Esta es una de ellas. Me encantaba. Hoy ha vuelto a mí. La comparto textualmente. Tengo el libro con páginas dobladas y párrafos subrayados. Siempre en lápiz, eso sí. Las noches más tristes en el instituto cogía mis libros y me leía solo eso. Aquellos textos subrayados que tanto me hacían sentir. Cuando volvía a casa en vacaciones o los fines de semana, siempre encontraba el momento de sumergirme en mis libros que eran de alguna forma mis más sinceros recuerdos. Mi versión más real. Cuando seguí creciendo y viviendo fuera vivía aferrada a otra afirmación de Marc Levy: “ Lo importante, querida, no es saber en qué ciudad o en qué rincón del mundo está el otro, sino qué lugar ocupa en el amor que a él nos une.”.  Una década y media después siendo yo la madre y no la hija que experimenta etapas fuera siento aún más dolor y más realidad leyendo y releyendo esta cita. Cuatro años del resto de mi vida. Del resto de nuestra vida, así. Cuatro años viajando en familia. Me muero de ganas de seguir este viaje. Por toda una vida siendo tu madre. Porque no me imagino un solo día de mi vida sin ser lo primero tu mamá. Vuestra mamá. Porque te ha tocado compartirme, aunque a veces no te guste. Aunque supongo que cuando yo no esté, encontrarás el sentido y el regalo a tener a tus hermanos. Encontrarás en futuro aún más placer por tu cumpleaños, al sentirte viva, al verte cumplir sueños y curar heridas. Encontrarás la fórmula para volver aquí. A este día lleno de unicornios, brillantina y arcoíris. Y encontrarás dentro de ti toda la magia que tú creas. La magia y la inspiración de ser tus padres. Y espero que entonces sepas y tengas la fuerza suficiente para pase lo que pase celebrarte siempre. Mientras yo esté aquí, te invitaré siempre al desayuno. Y cuando te falten ideas y ganas, prometo inventarlas para ti. Buscar siempre la forma de que te encuentres, de que sueñes y de que crezcas.  Sé que solo son cuatro años, pero yo ya tengo más miedo. De lo fugaz. De la velocidad. Miedo de que no te pueda abrazar lo suficiente. Miedo de que tu vida pronto trascurra lejos de la mía. Porque ahora mi mayor regalo es poderte ver amanecer cada mañana. Que me pidas que te cuente más de tres cuentos. Que me necesites para cerrar las pestañas. Y que me pidas más y más cosquillas. Mi mayor regalo es poder recogerte del cole y descifrar tu mirada. Encontrarte siempre tan cerca. Y poder leerte tu tristeza. El regalo más grande es saber que una parte de tu voz interior tiene que ver con el amor tan infinito que yo siento por ti. Aunque tú eso ya lo sabes, sabes que te quiero infinito y medio. 

Feliz 24 de noviembre mi María. Ojalá hoy tengas veinticuatro horas llenas de ti. De tu mejor versión. Que te llegue fuerte todo el amor incondicional. Sigue siendo siempre magia. Gracias por elegirme. 

 

El capítulo uno no acaba conmigo. Doy fin con un fragmento del libro “Las cosas que no nos dijimos”. Porque sí, porque yo tengo miedo de vivir siempre con nostalgia mi propia vida. Porque tengo miedo de que todo esto esté pasando demasiado rápido. Mi querido Eu, también hay un trocito de nosotros en todo esto. Aunque nos despedimos de quienes éramos, encontramos un nuevo sendero. Ese que elegimos recorrer juntos cada mañana. Y si algún día no estoy aquí, sigue inflando globos. Sigue comprando platos y vasos bonitos y no dudes en madrugar un poco más el 24, el 23 y el 1. Y si dejamos de ser, que encontremos siempre la forma de seguir siendo padres juntos. Porque no se nos da nada mal. Gracias por elegirme como la madre de tus hijos. Y gracias por haber hecho realidad mi mayor sueño: ser mamá. Te quiero mucho. Y aunque hubo despedidas, descubrí en ti partes que no conocía. Por todo lo que nos queda por conocer. Por el miedo compartido. Por la complicidad única de una paternidad sostenida. 

Ahora sí, f i n:

 

 

"-¿Serías capaz durante siete años de entregarte a alguien sin reservas, de darlo todo, sin límites, sin dudas ni temores, sabiendo que esa persona a la que quieres más que nada en el mundo olvidará casi todo lo que habréis vivido juntos?,¿Aceptarías que tus atenciones, tus gestos de amor se borraran de su memoria, y que la naturaleza, a la que le horroriza el vacío, llenará un día esa amnesia con reproches y anhelos no cumplidos? Consciente de que todo ello es inevitable, ¿encontrarías pese a todo la fuerza de levantarte en mitad de la noche cuando la persona a la que quieres tiene sed, o simplemente una pesadilla? ¿Tendrías ganas de todas las mañanas, de prepararle el desayuno, de velar por distraerle todo el día, divertirla, leerle cuando se aburra, cantarle canciones? Y, al llegar la noche, ¿Ignorarías el cansancio, irás a sentarte al pie de su cama para aplacar sus miedos y hablarle de un porvenir que, irremediablemente, vivirá lejos de ti? Si tu respuesta a cada una de estas preguntas es sí, entonces perdóname por haberte juzgado mal, sabes de verdad lo que es amar. 

-¿Me estás hablando de mamá? 

-No, querida, te estoy hablando de ti. Este amor que acabo de describirte es el de un padre o una madre por sus hijos. Cuántos días y cuántas noches pasados velando por vosotros, al acecho del más mínimo peligro que pudiera amenazaros, mirándoos, ayudándoos a crecer, secando vuestras lágrimas, haciéndoos reír, cuántos parques en invierno y cuántas playas en verano, cuántos kilómetros recorridos, cuántas palabras repetidas, cuánto tiempo dedicado a vosotros. Y, sin embargo, … ¿a qué edad se remontan vuestros primeros recuerdos de infancia?¿Te imaginas hasta qué punto hay que amar para aprender a no vivir más que por vosotros, sabiendo que lo olvidaréis todo de vuestros primeros años, que en los años venideros sufriréis por lo que no hayamos hecho bien, que llegará un día, irremediablemente, en que os separaréis de nosotros, orgullosos de vuestra libertad? Me reprochas mis ausencias, ¿sabes cómo se sufre el día en que los hijos se van? ¿Te has imaginado siquiera el sabor de esa ruptura? Voy a decirte lo que ocurre, uno está ahí como un idiota en la puerta mirándoos marchar, convenciéndose de que tiene que alegrarse de esa partida necesaria, amar la despreocupación que os empuja y a nosotros nos desposee de nuestra propia carne. Una vez cerrada la puerta, hay que volver a aprenderlo todo, volver a aprender a amueblar las habitaciones vacías, a no acechar ya más el ruido de vuestros pasos, a olvidar esos crujidos tranquilizadores en la escalera cuando volvíais tarde por la noche, y uno se dormía por fin tranquilo, mientras que ahora tiene que tratar de conciliar el sueño, en vano, puesto que ya no volveréis. ¿Ves, hija mía?, sin embargo, ningún padre ni ninguna madre se vanagloria de ello, en eso consiste amar, y no tenemos elección puesto que os amamos".

 

Mamá.

 

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